lunes, 25 de enero de 2010

¡Aquí no cabemos todos! Fuera los gordos.

Los procesos migratorios plantean un reto a nuestro sistema de organizaciones políticas y esquemas culturales fundados en el patrón del Estado Nación, entidad, siempre, monocorde y monolítica. Las sociedades abiertas son plurales, imprevisibles y suelen acarrear cierta angustia porque no es posible planificar y garantizar cierto nivel de seguridad y certidumbre que aleje terribles males como el desempleo o los crímenes violentos. Por el contrario, las sociedades tradicionales o cerradas son seguras y tranquilas porque todo el mundo se conoce y a nadie le importa si Paquito pega su mujer en casa, si el Señorito abusa de su posición de monopolio y cobra unos arriendos salvajes, y si las fuerzas del orden golpean a quien se le ocurra protestar.
Ser contrario a la inmigración significa, simplemente, ser partidario del Estado Autoritario tradicional de toda la vida: que nadie salga del pueblo, que nadie venga de fuera, que nadie estudie, que nadie traiga inventos o comidas raras... todos somos súbditos, todos estamos igual de mal y que nadie destaque y rompa esta preciosa armonía que divide el mundo entre los de arriba y los de abajo.
El debate de la inmigración nos define esencialmente como seres humanos. El debate de la inmigración nos define políticamente y marca una línea clara sobre nuestros valores, principios y sobre el lugar que asignamos a las personas. No es un debate que admita posiciones ambiguas, poco claras o eclécticas, porque el desarrollo de las premisas que sustentan alguna de las posiciones enfrentadas nos lleva a una conclusión: ¿creemos en individuos autónomos e iguales ante la ley o no?
Por lo tanto, este debate requiere de posiciones y palabras claras que destaquen toda la carga política que hay detrás. Los eslogans buenistas y las apelaciones a la Declaración Universal a los Derechos humanos son contraproducentes por vacías y manidas, son máximas morales tántricas cuyo significado y valor real se ha desvirtuado para los oídos del público actual.
No se debe decir: “Todos somos iguales”. Se debe decir: “Todos somos iguales ante la Ley”.
Al “Aquí no cabemos todos”; se debe replicar “¿Quién eres tú para echar a la gente? ¿Echarás del país a los que no te caigan bien, a los gordos que van mucho al médico, a los viejos que tosen por la calle…?.
A la proclama de “Españoles, primero”; contratacar con: “Sólo los españoles de Valladolid primero, después Madrid, luego, provincias y si queda algo se admite a los canarios; pero prohibida la entrada a perros y gitanos.”
Se debe dejar claro: no existe la posibilidad de discriminar un poquito, cuando se empieza no se puede parar.

2 comentarios:

  1. Discurso tan obvio, predecible y demagógico que aburre, por no hablar del estilo tan pobre como simple... Supongo que tu casa no tendrá tabiques y que sus puertas estarán abiertas para que cualquiera pueda entrar y tener dentro de ella los mismos derechos que tienes tú, si no es así de qué estamos hablando. La propiedad privada de una colectividad, ya sea un núcleo familiar, pueblo o estado es una realidad con el derecho legítimo a salvaguardarse. Es muy fácil pedir que se comparta lo de todos, pero que nadie toque lo mío...

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  2. Aquí se discute que el criterio de exclusión de una organización política que se entiende como democrática no puede fundamentarse en criterios raciales/xenofóbicos. Tu casa no es un símil válido para un país, porque tu casa es un espacio privado que responde a tu deseo privativo, mientras que un país es un espacio público sometido a una autoridad pública que no puede someterse a criterios de particulares. Depende del consenso social del que deriva su legitimidad.
    Según tu argumento, un Presidente de un país sería lo mismo que un padre de familia y debería tener y la soberanía sería equiparable a la patria potestad. Este argumento de Filmer es el que sustenta el tradicionalismo católico y el pensamiento absolutista liberal. Es decir, eres un reaccionario de tomo y lomo.

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